
Quiero Quedarme
Por Leomas
Por Leomas
El conductor del vehículo campero llego acelerado a
la casa de la finca para transportar al hermoso mancebo a la ciudad lejana que
lo haría bachiller, posiblemente varón de letras y ciencia, tal vez regresaría
borracho enviciado con nuevos apellidos y seguro caminando como en pasarela de
falsas reinas. La noche anterior había pasado junto a sus tres amigos que
hacían parte del cuarteto compinche de la luna y algarabía.
Hubo prisa para subir las maletas y un fino estuche con viandas para el
recorrido. No querían lágrimas sobre las hojas que el otoño había soltado por
el camino carreteable que conducía a la hacienda en donde en grupo tejieron
ilusiones y leyendas, y estas fueron olvidadas por los nuevos cantos y música
que llenaron tarimas y escenarios sin talento y finos videos.
A las 9.00 de la mañana el día se hizo tarde, una
nube grisácea estaba apostada sobre el azul firmamento lanzando penas y
congojas sobre la esbelta piel de los adolescentes que contenían la respiración
porque sus ancestros les habían prohibido llorar a los varones en las carretas
que dejan huella sobre verdes pinos que se tornaban crueles como látigo que
deja a varios con heridas. Allí estaban cerca los obreros con sus pesados
troncos que llevaban en su espalda, no les permitían enterarse de la tragedia
que los cuatro enamorados inexpertos padecían. Ellos no se atrevieron a mirar
el alboroto que estaba formando el aire de los amigos ni la brisa tormentosa
que recorría las venas de los audaces que se hacían cruces para no aceptar la
realidad que los hizo trisas como cenizas al dejar salir al lirio que entretenía
y los hacía resplandecer de dicha porque estremecía sus corazones y sus curvas
tejían lágrimas al saber que jamás volverían a tocar sus tiernas caderas.
El joven protagonista guardo silencio, no entendió
porque debía partir a tierras lejanas para empezar de nuevo construyendo nidos
y acariciando paisajes desconocidos en el horizonte que aunque bello a ojos
humanos, también sembraba congoja. Cada árbol traía consigo recuerdos y cada
hoja el idilio de repetir la mirada profunda que deja a quien se acerca en
temporada. El sol estaba muy atento a miradas como fiel testigo de la última
amapola en el romance. Todos bajaron la cabeza para despedirse de la tierra que
los sostenía entre manos silenciosas y labios acomplejados. El motor del carro
encendió su marcha, una ruana nueva confeccionada con lana virgen de oveja
blanca, cubrió el delicado cuerpo del muchacho que con sigilo se despedía para
siempre de sus andanzas aunque en su mente estaría eterno su remembranza.
Los doncellos no se abrazaron simplemente clavaron
sus ojos grandes sobre la hermosa silueta que logro formarse debajo de la palma
de coco que estaba sembrada muy cerca a laureles que alguien había sembrado cambiando
de lugar la semilla que habían traído de una montaña alta. El viaje sería de 24
horas por modernas autopistas y caminos destartalados. Él se imaginaba la
aventura como nido entre galaxias, para siempre como muerte de ruiseñor
gigante. Se sentó cómodamente en la parte delantera del automotor como para no
clavar la vista en la cruel despedida, se puso un sombrero sobre su cabeza para
disimular que lloraba gotas de sangre al separarse. Su corazón quedo partido y
se entrecruzaron sentimientos y sollozos. No pudo resistir componer una nota
con varias penas y creyó aumentar su memoria para no olvidar cada golondrina.
¡Todo está listo dijo quién iba al volante!. Las
llantas del campero se movieron como docena de caballos con audaces jinetes que
giran sobre la pradera desconocida tejiendo una danza de bisontes en grupo. No
hubo música al instante porque había dentro de cada corazón, una melodía que
irradiaba melancolía como para idiotizar al intrépido que había aceptado el
viaje por las críticas que surgieron después de haber encontrado cartas y
secretos que robaron los hipócritas. El ave gigante y tierna alzo vuelo entre
los espesos matorrales y precipicios que estaban al lado y lado de la autopista,
con sus sobresaltados árboles y bosques que aún existen. La retirada fue cruel
y desde ese instante jamás se volverían a ver y la usencia seria de por vida
porque la cruel adolescencia es simplemente una etapa que se quema con la
primera cerveza entre los inocentes.
Sus aliados nunca lo alcanzarían, el vuelo del
cóndor lo llevaría a nuevos parajes sin musgos ni aguas cristalinas de esas
quebradas donde jugaron en aquellos días para disimular que nadando escondían
las picardías y los amoríos que todos guardaban. Querían repetir a cada
instante sus caricias y los besos que disimuladamente estuvieron allí a
escondidas entre las lozas frías del anochecer. Los adultos se hacían los
inocentes para poder esclavizar a los infantes que aun obedecían las
contradictorias normas de la farsa social que habían montado. Todos los adultos
llevaban doble vida, eran tan hipócritas que iban a un raído templo que ni
siquiera tenía puerta de santidad a contar sus pecadillos a un sacerdote de
mentira que tenia sexo aun entre las esquinas de los arbustos. Durante el viaje
guardo silencio, cerró por varias horas sus ojos para imaginar que era un sueño
o una mentira la odisea que estaba viviendo por no tener la edad para
independizarse ni el coraje para enfrentar a quienes conducían la enseñanza
aprendizaje de la farsa comerciante. Cada minuto el vehículo aumentaba la
velocidad, el ordinario conductor que iba al volante creía ir sobre una nave
invencible olvidando que las maquinas también traicionan a quienes creen que
están sobre la verdad de la velocidad.
Por fin recordó esos besos y abrazos que aún
estaban tibios sobre su armonía y una sonrisa burlesca aclaro el medio día
cuando quien manejaba el automotor dijo que era hora del almuerzo. El joven
bajo del carro lentamente, se paró junto a los abetos que estaban como floreros
adornando el paisaje que lucía la temporada, lanzo un suspiro silencioso para
no herir el corazón partido y en sollozo, ingreso al recinto para decir que no
tenía hambre. La hermosa doncella mesera lo miro de frente como campesina que
disimula su apetito, le sonrió exclamando que en la cocina tenía algo fresco
para ofrecerle, le mostro la carta que el no quiso leer porque sus deseos
estaban en la distancia. La hermosa niña le siguió insistiendo pero sus oídos
estaban sordos, las caderas de la inexperta no lo hicieron responder al apetito
y simplemente le dijo que le diera un vaso con agua mientras escogía el
reemplazo. Acepto comer una vianda que traía consigo como para imaginarse que
otros estaban con él. El conductor de nuevo insistió que debían continuar el
viaje, su mirada estuvo fija al contrario de la vía, creyó ver muy cerca a esa
realidad que abandonaba a quien logro esclarecer la duda y poner un lirio de
oro sobre el girasol dormido que despertó aceptando la realidad que nada tiene
que ver con pensamientos de ilusos filósofos o cachivaches de alcohólicos.
Dos horas más tarde lloro en silencio, sus lágrimas
fueron secadas por el recuerdo, un pañuelo invisible guardo los restos que aún
permanecen húmedos bajo un brillante sol que no logro calentar la dorada tela. Su
llanto estremeció el minuto mientras los segundos seguían atormentando la
despedida. Al entrar la noche llegaron por fin a la casona que sería su nueva
morada. El saludo en medio de la tristeza a quienes lo abrazaban como un
desconocido, sin saber estaba a doce horas de distancia de aquel primer
recorrido. El edecán de la nueva familia le dijo que allí a casi once horas de
distancia, esperaban que se quedara varios años, para empezar una nueva odisea
entre los estudios y el silencio de un pueblo que solo las campanas rompían con
el sigilo porque no había astutos en los parques ni laureles en las esquinas.
Había cuervos grisáceos en los parajes y una que otra gaviota de esas que
cobran los abrazos.
El frio amenazaba la alegría lesionando la fiesta improvisada
de la temporada. En su primera noche escribió un verso con suspiros, al mirar
el reloj en la pared comprendió que no había dormido. Las imágenes llegaban
arrullando la soledad que sintió en sus venas, pensó que no debía haber nacido.
La matrona lo fue a llamar al llegar la nueva mañana y traía en sus manos un
mapa para que conociera la sabana. Su estómago solo sentía sed de otra cosa
menos de agua y su corazón palpitaba de agonía en su pena. Siguieron el
recorrido de nuevo frente al volante y por un camino que parecía más uno para
el tránsito de mulas, se internaron a una velocidad moderada para lograr
alcanzar la tarde final de su viaje. Durante ocho horas de viaje miro cada
precipicio y esas gigantes rocas que logran asustar a los viajeros, hasta llegar
a una gigante casa construida en siglos anteriores como para ver nuevos
plantíos de colección en vetusto tiempo que se va como si el polvo le ganara.
La nueva vivienda lo recibió entusiasmada y un
cuarto de huésped recibió como regalo de cárcel. Tres días duraron sus lágrimas
entre llantos silenciosos y reparos, varios meses sus suspiros y todo el tiempo
quiso volver a su anterior plantío. No fue fácil acostumbrarse a lo cotidiano
de ese pueblo ni a los blancuzcos salones que se pintaban para conocer la fina limpieza
de las paredes y los mismos paralizaron sus coqueteos porque no hubo nueva
brisa, ni vientos lisonjeros que hicieran mover las tiernas hojas que saltaban
dentro, para poder regresar a la conquista de sus añoranzas. La mansión estaba
allí diariamente y varias mujeres atendían al forastero que guardaba silencio
frente a sus parientes para no acongojar la bienvenida, ni a los obreros que
recogían manzanas y duraznos y los llevaban a la mesa para el disfrute con
silencio.
A los cuatro años termino su adolescencia y la etapa
había segado los besos y los libros convirtieron en intelectual cada abrazo. El
regreso con su diploma a la hacienda de sus lirios, camino de nuevo aquellos
parajes contemplando los claveles que aun brotaban sin necesidad de cuidado en sus
cultivos. No encontró los arrendajos ni a los turpiales que acostumbraban a
pararse sobre las palmeras y cítricos. Escucho un fino sonido del turpial que
alimento en sus ratos de ocio y rutina. Sus padres le mostraron el nuevo rumbo
con varios tiquetes para viajar fuera de la nación de origen para
especializarse al gusto de su progenitor que se creía propietario aun de las
decisiones de su hijo. Fue la última navidad en familia pero aprendió a guardar
distancia de los adultos y logro construir la mejor estrategia para nunca más aburrirse.
No acepto consejos de sus viejos, cambio la rutina
por una nueva y gran ciudad al conocer que los aliados del pasado allí ya no
estaban, sus amores habían tomado otros rumbos a nuevas tierras. Busco en el viejo
baúl los recuerdos de sus compinches y cada foto, por última vez lloro sus
fantasías para un final que se hizo cruel como despedida frente a la luna que también
envejecía. Tuvo que conformarse con observar esas fotografías que guardaban los
otros críos. Sus amigos y confidentes de infancia también lejos habían partido.
Nunca más se volvieron a ver porque las comunicaciones estaban en cavernas
oscuras. Los adultos eran expertos en mentir
y creaban historias imaginadas para sostener los falsos valores. Ellos todo lo arreglaban
con fantasías y duendes inexistentes y leyendas que montaban como drama cada
día y junto a la nueva farsa.
Salió de allí a la nueva nación que lo esperaba en donde
se repetiría lo mismo de sus pobladores.
La causo risa y desprecio al salir al nuevo paraje para nunca volver al caserío
que había disfrutado como niño. Dejo todo en su memoria pero trato de olvidar aquellos
recorridos pero jamás saco de su corazón los besos y caricias de ese primer amanecer
que estaba fresco pero en el olvido.
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